martes, 1 de junio de 2021

2.- Escalera de caracol y tinieblas

 

La escalera de caracol tenebrosa: hacia la torre para tocar las campanas.

Celemín salta de la cama y se dirige a la cocina para tomar la tartera de leche de desayuno. Lleva las manos hacia el fuego para que entren en calor al fragor de las llamas. Las uñas están congeladas y los dedos sufriendo el picor de los sabañones. La mañana es fría y el difuminado azul vespertino se cuela por el ventanuco que da a la calle. Ser monaguillo tiene estas cosas. El día que a él le corresponde,  tiene que madrugar para ayudar a misa, antes de ir a la escuela. Le toca anticiparse para dar el aviso: subir al campanario para tocar las campanas.


La subida, por la pronunciada pendiente y larga escalera de caracol, es una odisea. Todo está obscuro. Por eso Celemín va palpando con la punta de los dedos los muros húmedos que se retuercen en torno a un supuesto eje central. Procura que sus pies no resbalen al apoyarlos en los estrechos y oblicuos peldaños. Pero siempre, en algún tramo, tropieza y está a punto de rodar por la escalera. A medida que va ascendiendo, en medio de la opacidad del espacio, le asaltan temores y empieza a imaginar fantasmas. El ambiente se vuelve tenebroso. Presiente oquedades que aparecen ante sus ojos sin lógica ninguna, como si se hubieran escapado del espacio cerrado, atravesando los muros en espiral. Los percibe porque en medio de la negrura, saltan fogonazos de claridad repentina que le permite visualizar: ánimas del purgatorio arrastrando cadenas, calaveras en un mortuorio improvisado, sábanas blancas ocultando cuerpos en movimiento, lobos exhibiendo sus mandíbulas perniciosas y culebras enroscadas que alargan sus lenguas hasta dos palmos de su cara.

Escapa cuanto antes de ese untuoso mundo de aquelarres y espectros. Llega ya la claridad natural en lo alto del campanario. Es el espacio de la grandeza porque desde el torreón todo aparece a los pies de Celemín como el baluarte de sus dominios. El pueblo entero, desde arriba, visto en panorámica, es un pacífico espacio que le llena de serenidad. Y, al alcance de sus manos, las majestuosas campanas presidiendo el ritmo de los acontecimientos. Ellas atesoran, en sus múltiples modalidades de repiqueteo,  un lenguaje que todo el mundo interpreta. Anuncian a los cuatro vientos los acontecimientos señeros de la villa, desde las celebraciones festivas y extraordinarias ligadas a las fiestas patronales, a las ordinarias diarias de misas, rosarios y novenas. Desde el toque anunciando la llegada del mediodía, al del final de la jornada. No escapan de celebrar la llegada de nuevos vástagos regocijándose en sus bautizos, ni declinan el latido fúnebre por los muertos. Están alerta para convocar al vecindario tocando a arrebato, cuando algún fuego acorrala campos y sembrados; o, simplemente, para reunir en concejos especiales a los vecinos implicados en cuestiones comunitarias. Lenguajes que Celemín va aprendiendo, aunque no todos él puede ejecutar. Algunos requieren voltear las enormes campanas, y aún no tiene suficiente fortaleza en sus brazos. Sí en esta ocasión, que solo tiene que hacer chocar el badajo, en intervalos sencillos,  sobre el bronce de la campana chica.

1 comentario:

  1. Y me dijo el cura... sube para tocar las últimas campanadas... ya justo antes de empezar la misa....y sonaron las camapanas... no sé perdí el juicio o el conocimiento o los sentidos... pero las camapanas siguieron sonando.. y sonando... y hasta que el otro monaguillo no me asestó un buen bgolpe en los testiculos... no dejaron de sonar...cuando llegué aa misa ya habian pasado las lectulras....nunca se e olvidaará la mirada "asesina"del cura...

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